Desde el recinto ferial de Arcos de la Frontera, los romeros comienzan su peregrinar a las ocho de la mañana hasta la Ermita del Romeral, donde se encuentra el Cristo del mismo nombre. Andando, o sobre caballos o carriolas tiradas por mulos y tractores, vestidos con trajes típicos, particulares y grupos de asociaciones participan en esta fiesta recuperada hace unos años.
Jinetes y amazonas nos ofrecen singulares estampas, sonidos y colores. Perfilados por la incipiente luz (a pesar de cierta bruma mañanera), sus sombreros y volantes desfilan sobre el empedrado húmedo.
Por la calle Cabezo reciben el aliento de cuevas milenarias: inmensas bocas de la tierra callan clamores ante el trote de los cascos. Contra la Peña Vieja, cuesta abajo, se recortan sus perfiles alegres: de canciones y risas las mujeres van tocadas; los hombres, con la sombra en la frente y el párpado.
Todos, orgullosos, muestran sus ejemplares equinos.